Como profesional de uno de los oficios en los que más ha repercutido el avance tecnológico me veo en la tesitura, muchas veces, de lidiar con los conflictos internos que me surgen a mi misma entre mi corazón y mi raciocinio. Hace unos cuantos años, tampoco tantos, porque yo lo recuerdo y no soy un vejestorio, cuando te hacías unas fotos nadie preguntaba aquello de “¿vas a querer copias o prefieres digital?”. Y eso es porque resultaba impensable que un día almacenaríamos nuestros recuerdos en el mismo aparatito en el que recibimos la llamada de mamá para que le devolvamos el tupper que nos trajo la semana pasada con albóndigas en salsa. Llegaron las tablets, llegaron los smartphones, llegó el progreso… llegó EL FORMATO DIGITAL y lo cierto es que en plena era de la comunicación es absolutamente incoherente negarse al avance tecnológico.
Durante muchos años he luchado contra esto que yo llamo “mi molino gigante” dando miles de explicaciones a mis clientes de por qué no entrego imágenes digitales, de por qué no es interesante y miles de por qués más. Al final, pese a todo, he tenido que claudicar y ponerme al día porque la realidad no es la que quisiéramos sino la que es, así que o te subes al tren de la vida real, o lo pierdes.
Desde hace un tiempo incluyo en la mayoría de mis packs fotográficos una opción digital en la que sólo y exclusivamente entrego archivos. Sin embargo, sigo manteniendo opciones donde el cliente recibe imágenes impresas físicamente en papel fotográfico o incluso productos más elaborados como álbumes y cuadros y esto lo hago porque creo que la esencia de la fotografía no debe perderse por mucho progreso y por mucha evolución que esté experimentando el mundo. Así que por esa razón siempre aconsejo a los clientes que me visitan en mi estudio fotográfico de Pilar de la Horadada, que impriman sus fotos respetando, por supuesto, su decisión. Una foto impresa en papel que pueda ser tocada y vista en cualquier momento es algo que nunca podrá ser comparado con tener el móvil, el portátil, la Tablet o el pendrive petadísimo de imágenes. “Ya, Mari, pero es que luego todo eso acaba en un cajón y pa qué lo quiero?” Que pa qué lo quieres?????? Leches, pues para verlo y para recordar. Benditos cajones que albergan álbumes y fotos; espacios llenos de vivencias, de anécdotas, de personas que ya no están pero si estuvieron. Eso, amigos virtuales, es maravilloso y al final tod@s sabemos que todas esas fotos que nunca se imprimen nunca se ven y si nunca se ven nunca se disfrutan. Amén de que a la velocidad que va esto quién nos dice a nosotros que dentro de 5 o 10 años los cds y los usbs ya no funcionan así que te quedas sin el pan y sin el perro, que se dice en mi tierra. Lo siento, se tenía que decir y se dijo 😊
Un trabajo se entrega cuando se acaba. Y un trabajo acabado pasa por un proceso que incluye, o al menos antaño lo hacía, la materialización física del mismo. Recuerdo que en un congreso de fotografía al que asistí hace un par de años, uno de los ponentes hablaba sobre esto y explicaba algo así como que a nadie se le ocurriría pedirle a Carolina Herrera que te diseñara un vestidazo pero que con que te diera los diseños y los patrones era más que suficiente; que ya después te irías tu a una modista muy buena que conoces para que te lo cosiera. A que no? Pues eso 😉
Yo, que soy muy sentimental, he llegado a la conclusión de que hay que imprimir todas esas fotos que tenemos por ahí repartidas en dispositivos porque un día, quizá dentro de mucho, cobren un valor especial o simplemente los métodos que hoy conocemos quedarán obsoletos y además de haber perdido un valioso tesoro nos arrepentiremos siempre. La fotografía deja constancia, principalmente, de que hemos vivido. Y luego también de cómo somos, de cómo vivimos, de a quién queremos, de con quién conectamos, de los lugares que hemos conocido, de lo bien que nos lo hemos pasado… La vida, al fin y al cabo.
Namasté
Fotografías vía Pinterest
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